"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos" | SURda |
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17-06-2010 |
Raul Zibechi
A la Cancha
Brecha
Foto: Oscar Bonilla
A partir de hoy todo se paraliza por el Mundial. Para colmo, ya desde el primer día nuestro país patea la pelota de manera oficial. En esta cobertura se entrevista al sociólogo Rafael Bayce, quien habla de todo: los comportamientos de los uruguayos frente al fútbol, los mitos que nos rodean, el triunfalismo y el fracaso. Por otro lado, se da cuenta de cómo este deporte conmociona los ambientes escolares y laborales, de cuánto interesa (o no) dentro de fronteras y cómo se vive el torneo en otras partes del mundo. Además, en las páginas centrales se inaugura Mándela (a guardar), y en contratapa se suman dos textos memoriosos.
—Una encuesta reciente asegura que sólo una minoría de los uruguayos está interesada en el fútbol. ¿Cree que es un dato realista?
—No tengo idea de cómo está hecha la encuesta, cómo la palabra interesar es formulada por la empresa de opinión pública y cómo la entiende el entrevistado para saber si tiene confiabilidad y validez. Mi opinión es que a la mayoría de los uruguayos les interesa, o sea, hablan de fútbol, preguntan, les interesan los resultados, tienen opinión y están mínimamente informados.
—¿Se puede inferir que el interés de los uruguayos por el fútbol es una constante por lo menos desde 1930?
—Si no antes. La explosión del fútbol en Uruguay se dio en la década de 1910, y el equipo que cristalizó ese boom fue el campeón sudamericano de 1912, que dio inicio a la paridad rioplatense.
—En este siglo el fútbol uruguayo cambió considerablemente. ¿Siempre estuvo asociado al patriotismo?
—Es comprensible la fijación psicosocial con el fútbol porque hizo que los uruguayos fueran conocidos y grandes en el mundo. Un país pequeño, un David enfrentando a Goliat. Se conocían pintores y pianistas uruguayos en el exterior pero era para minorías. Uruguay no existiría en la geografía del mundo si no fuera por el fútbol, y en concreto por los campeonatos de 1924, 1928 y 1930.
LA GARRA TEMBLAD.
—¿Cómo se pasa del patriotismo al patrioterismo?
—Con la decadencia del fútbol, hacia los años cincuenta. Cuando esos signos de autoestima y orgullo nacional empezaron a decaer, empezó una reivindicación forzada del campeonismo, una indignación y resentimiento por no poder ganar y una especie de rabia contenida cuando se ganaba. Una bronca que nace de no aceptar la decadencia. Hay un tránsito de la picardía criolla como forma de enfrentar a los Goliats físicos, heredera de la picaresca española, que se convierte en garra porque ya no es posible monopolizar la picardía.
—¿Es adecuado hablar de decadencia?
—No. Los otros progresaron como correspondía y Uruguay comenzó a estar en el nivel que realmente le corresponde. En el entierro de Scarone, en 1967, tomó la palabra José Nasazzi, el capitán nunca derrotado, el gran estratega, y dijo: “Éramos jóvenes y nos creíamos inmortales e invencibles”. Luego de esa generación nos adecuamos a nuestro verdadero lugar en el mundo. Si tomamos la inversión estatal en el deporte, variables como la alimentación, la práctica deportiva y otros, es un milagro que Uruguay esté entre las 32 mejores selecciones del mundo.
—Pero en los últimos 20 años parece haberse tocado fondo.
—Uruguay disfrutó haber sido un país de colonización británica. Cuando el fútbol nacional va quedando en el lugar que le corresponde, se produce el auge de los equipos locales, al punto que se concentró en Nacional y Peñarol todo lo bueno que tenía el fútbol uruguayo, y había dinero para traer los mejores jugadores del exterior, más o menos hasta la década de 1970. Se produjo un traslado del orgullo y la gloria de la selección a los equipos. Pero con el tiempo cayeron por el mismo fenómeno y les resultó imposible competir en el escenario mundial y latinoamericano. Luego se produce un tercer traslado hacia los juveniles. El festejo del segundo puesto en el Mundial de Malasia fue una señal de ajuste de la población, que empezó a festejar buenos resultados en vez de campeonatos. En los años cuarenta y cincuenta jamás se hubiera festejado otra cosa que ganar un campeonato. En el Mundial de 1954 la derrota ante Hungría quebró los ánimos.
—En Uruguay los goles se gritan con rabia y resentimiento, no sólo por los jugadores sino por gran parte de la población. En Brasil es diferente, se festejan…
—Y en África también. Si se leen los labios de los jugadores después de que hacen el gol, gritan dos cosas: “la puta que los parió” y “la concha de tu madre”. Es una forma de demostrar que todavía estamos ahí a pesar de lo que dicen. Una actitud patriotera y patotera de barrio. No hay alegría, se grita el gol pero enseguida aparece la catarsis y el resentimiento contra quienes no creían que fuera posible hacer un gol o ganar un partido.
LA PESADILLA DE LOS OPINÓLOGOS.
—¿Cómo ve a la sociedad uruguaya frente a este Mundial?
—Desgraciadamente la tonalidad la van a dar los periodistas deportivos, que son un cáncer en la sociedad uruguaya desde hace mucho tiempo. Como el fútbol es un centro cultural del país y está vinculado a muchos temas, terminan opinando de todo y ahí se muestra su ignorancia. El problema es que tienen una gran audiencia y enarbolan actitudes ideológicas terribles, como la de tirar la piedra y esconder la mano.
—¿Cuándo empezó a ser nocivo el periodismo deportivo?
—Cuando los medios se abrieron masivamente a los espacios deportivos, sobre todo la televisión. Ya no son aquellos espacios radiales relativamente breves algún día a la semana, sino pesadillas diarias en todas las radios y en todos los canales. La audiencia se multiplica y la cantidad de periodistas también, se ablandan los filtros y se ven forzados a tocar muchos temas extradeportivos. Con tener cierta facilidad de palabra ya es suficiente para que ocupen un espacio de gran audiencia aunque no tengan nada que decir. Arman un discurso que es adoptado por la gente que no tiene un discurso armado. Por eso creo que el periodismo deportivo es una tragedia nacional, porque moldea la opinión de actores clave de la vida nacional con las peores y más incultas opiniones sobrearticuladas por oficio periodístico, con un resultado letal.
—¿Hay una futbolización de la sociedad y de la política?
—Sin duda. Se abordan los temas importantes con la misma lógica que se discute quién tiene que ser el arquero el domingo. La futbolización del cotidiano simplifica los problemas, un ejemplo muy notable es la seguridad ciudadana.
—¿Hay una crítica tal vez exagerada a los empresarios deportivos como Paco Casal, a los que se llegó a culpabilizar de todos los males?
—No creo que al fútbol le hubiera ido mejor sin ellos. Es cierto que explotaron el mercado y tienen a los jugadores agarrados del cogote, pero, ¿qué hubiera hecho el fútbol uruguayo sin ellos? No había un plan estratégico de largo plazo, no había brújula y el deporte se caía a pedazos. Los empresarios colocaron algunos jugadores, levantaron algunos clubes y monopolizaron las transferencias, pero no hay plan alternativo, no los veo como responsables de los problemas. Uruguay empezó a quedar fuera del mundo del fútbol y ellos fueron los que mantuvieron los vínculos.
ESTRICTAMENTE FÚTBOL.
—Desde el punto de vista técnico y deportivo, ¿usted disfruta con el fútbol uruguayo?
—No. Nunca tuvimos un jogo bonito como los brasileños, pero hubo un fútbol sólido y muy bueno, contundente. Hoy es uno de los juegos más feos del mundo, pese a que Tabárez lo ha mejorado. Pasó de ser un fútbol de ataque, en los años veinte y treinta, con variedad de jugadas, a hacerse más defensivo cuando comenzó la decadencia. Tal vez por temor a perder hay un abroquelamiento atrás. Eso generó un fútbol de contragolpe y jugadores que se especializaban en cortar el juego y lanzar pelotazos a otros rápidos para definir. Pero eso fue generando un círculo vicioso en el que durante veinte años se jugó al pelotazo. Hay una impaciencia por ganar y una excesiva preocupación por cumplir con una suerte de misión histórica de honrar a Nasazzi y a los dioses del Olimpo. Cargan una mochila muy pesada. De eso hablamos con Tabárez, que es partidario de desdramatizar el fútbol. Hasta la década del 20 los equipos posaban para las fotos como un ramillete, de modo desordenado, pero en el 24 Nasazzi se para con los brazos cruzados, como Artigas en Ciudadela, porque inconscientemente se consideraba Artigas. Uruguay es el primero que se para de ese modo, como el Artigas de Blanes.
—¿Qué fútbol le gusta ver?
—El brasileño, es el mejor y el más completo. España hoy tiene gran fútbol. No sabemos lo que pueden dar Holanda y Portugal. Me gusta mucho ver a Italia, juega muy bien, tiene una tradición, no será muy lindo pero con ese fútbol ganás o estás cerca de ganar.
—¿Uruguay?
—El triunfo es que estemos en Sudáfrica. No se van a repetir las condiciones excepcionales que dieron aquellos triunfos. Las condiciones que hacen que Brasil, Argentina, Alemania e Italia estén entre los mejores, Uruguay no las tiene, por lo que tenemos que celebrar el estar cerca de ellos, celebrar que estamos entre los 32 mejores del deporte más importante que juegan 200 países afiliados a la fifa, más que los que están en la onu. Ya celebramos las clasificaciones, lo que indica que la gente es realista. Obdulio
¿Mariscal o capitán?
—Para Obdulio los rivales eran todos “japoneses”, o sea perdedores, malignos y uniformes como todos los asiáticos. Les llamaba japoneses a los militares de la dictadura. Una noche salió de copas con tres amigos y los paró una patrulla. Obdulio los mira y dice: “¿Estos japoneses quiénes son?”. En ese momento el jefe del operativo llama al soldado que tiene contra la pared a Obdulio, de piernas abiertas, y le dice algo. Cuando el soldado retorna se dirige a Obdulio: “Discúlpeme capitán…”. Estaba por encima de la represión de los militares, en una suerte de Olimpo.
Era un tipo de una impresionante inteligencia popular. En un partido un jugador de Nacional le hizo una falta muy dura a un jugador de Peñarol. Obdulio se acerca al juez y le dice: “Señor juez, si un jugador de mi equipo comete una infracción de ésas, usted me lo echa”. Una exquisitez que iba de la mano con esa actitud de guapo de barrio.
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